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domingo, 14 de noviembre de 2010

Un golpe de dados. Versión de Agustín O. Larrauri.

Sobre la traducción en Córdoba, Argentina, por Eugenia Cabral

Entre los géneros literarios (o disciplinas específicas, si se prefiere llamarlos así) la traducción de poesía es –junto con la crítica- de los menos populares, en el sentido de la competencia profesional, es decir, del bagaje de saber especializado que es preciso poseer para ejercerlo. En otras palabras, necesariamente es una práctica profesional. ¿Puede tener, entonces, un valor cultural, un valor político propiamente dicho, asentar la crónica de su producción y analizar los motivos que indujeron a sus autores a producirla? La respuesta, creo, la daba Alfredo Terzaga en 1967 (1)

“Cuando Platón concibió expulsar a los poetas de su ‘República’, pensó ante todo en la necesidad política de impedir a la niñez y a la juventud el contacto con los hacedores de fábulas y ‘alegorías’, que podían apartarla de los deberes de la severa prosa ciudadana. No estaba a su alcance imaginar que el ovillo de los tiempos terminaría por alumbrar un tipo de Polis ensanchada a escala mundial, ni que la facultad de construir mitos pudiera ser el cauce en que se expresara, audaz y orgullosamente, un espíritu de gran prosa que pondría su acento afirmativo al servicio de esa nueva Polis”.

He subrayado esta frase sustantiva acuñada por Terzaga: “un tipo de Polis ensanchada a escala mundial”, porque está señalando lo que en fechas recientes se ha denominado “globalización” o “aldea global”. Y lo señaló hace más de cuarenta años. ¿Era un iluminado, Terzaga? ¿Un profeta, en el sentido místico? De ninguna manera. Pero sí se le puede adjudicar otro adjetivo, también identificado con la luminosidad, salvo que es de carácter opuesto al misticismo, es de carácter racional y se refiere a la lucidez. Alfredo Terzaga era un lúcido analista de la problemática de la cultura de sus años.

Lo que ocurre es que el movimiento de intelectuales, escritores y artistas en que se inserta comienza alrededor de 1943, por la convocatoria personal de Agustín Oscar Larrauri y de Marcelo Masola. Vale decir que se reúnen en pleno período de la Segunda Guerra Mundial y de su post guerra. La juventud de estos autores coincide con el conflicto bélico europeo y sus secuelas. Dice Terzaga en su artículo “Encrucijada de la cultura”, en 1946 (2): “La segunda post-guerra, apenas iniciada, vuelve a plantear en escala grandiosa y términos perentorios, el problema acuciante del destino de toda la cultura y lo hace bajo una forma más aguda, más definitiva, más trágica.”

Asimismo, respondiendo a una afirmación de Ortega y Gasset sobre que “no se comprende cómo una guerra puede destruir la cultura” (ya que) “ésta queda siempre intacta de la espada y del plomo”, en el párrafo siguiente, Terzaga dice: “Por tremenda experiencia sabe la humanidad con qué fuerza la espada y el plomo gravitan sobre su destino y cómo la guerra se convierte en el estado normal de un mundo incapaz de salir del callejón, estado correlativo a una época que se pudre de no resolverse, de permanecer en el caos de una escisión que se prolonga.”

Aquel grupo reunido originariamente alrededor de la figura de Larrauri discurre acerca de problemas que hoy llamaríamos “globales”, vale decir, de alcance mundial. Esto es, la traducción de poesía desde lenguas europeas al español es precedida de un análisis de las condiciones en que se va a realizar la tarea de traslación idiomática. No olvidemos, por otra parte, que venían precedidos del poderosos movimiento de intelectuales y artistas que habían apoyado a la República Española, que habían sufrido el impacto emocional del bombardeo a Guernica y vieron la desolación de una Europa -que había sido modelo de civilización- cayendo bajo las botas de los totalitarismos. Luego, si bien son derrotados el nazismo y el fascismo, persiste el franquismo, precisamente en la nación cuya lengua heredamos y procreó la de los argentinos y el estalinismo, en un país cuyo régimen socialista había despertado interés y simpatía en los jóvenes, ahora convertido en genocida de sus propios esperanzados hacedores. Lo que sigue es la dispersión de los exiliados, la presencia ominosa de los totalitarismos de Franco, Salazar, Stalin, que van a inspirar a George Orwell su novela 1984.

El grupo al que me refería se congregaba en la propia casa de la familia Larrauri y en el café L’Aiglon, desde comienzos de la década del cuarenta del siglo pasado, en el centro de la ciudad de Córdoba. Las tertulias semanales estaban conformadas por Agustín Oscar Larrauri y un amigo personal de éste: Jorge Celis, además de Marcelo Masola, Godofredo Lazcano Colodrero, los hermanos Alfredo y Emilio Terzaga y Enrique Luis Revol; también iba allí el pintor Tito Miravet, el escultor Nicolás Antonio Russo, el pianista Antinucci (hermano de la que fue primera mujer de Roberto Arlt) y el filósofo Héctor Raurich.

Es de suponer, por la variedad de disciplinas artísticas que representaban y por la producción posterior de sus escritores, que los debates sostenidos rebasarían los límites técnicos de la traducción literaria. La Argentina entraba a pasos rápidos en el proceso que desembocaría en el histórico 17 de Octubre de 1945, en marcha hacia un destino político de largo aliento.

Época ya distante de nosotros la de aquellos cuarenta en lo político, lo cultural y lo tecnológico, tanto –hacia atrás- del Romanticismo (promotor programático de la traducción) como –hacia el futuro- de nuestro incipiente siglo XXI, de modo que es preciso reconstruir documental e imaginariamente sus olores, sus valores, sus temores.


¿Cómo era la Córdoba de los años cuarenta? Pues... era una ciudad de puertas adentro, renuente a la liberalidad de las costumbres cosmopolitas aunque apreciara sus ventajas. Los medios periodísticos consagratorios estaban instalados, invulnerables, desde el siglo diecinueve, en una Buenos Aires que, por entonces, quedaba muy lejos en función de las comunicaciones ordinarias. Hablamos del tren, el teléfono, el telegrama. El intercambio cultural con la capital era de tipo extraordinario, sólo se tornaba habitual incentivado por la posesión de recursos económicos holgados que pudieran favorecer a algún ciudadano o por alguna circunstancia particular, como la que llevó a Lugones –a fines del siglo diecinueve- a las oficinas del diario La Nación, recomendado por Carlos Romagoza, otro cultor del arte de la traducción de lo que da cuenta su volumen Joyas Poéticas Americanas. Vale decir que, pese a las limitaciones prácticas en la comunicación, nos situábamos en la vanguardia de la producción literaria.

Durante la década del treinta, Arturo Capdevila valora, en su libro Alma de Córdoba (3) que el punto central de la cultura literaria de Córdoba había sido la Imprenta Argentina, dirigida por don Vicente Rossi, situada según precisa Capdevila “a una cuadra y media de la plaza principal” (o sea, de plaza San Martín). Vicente Rossi fue denominado “nuestro mejor prosista de pelea” (4) por Jorge Luis Borges, quien solía visitar la imprenta para charlar con él. Rossi fue autor de El Teatro Nacional Rioplatense, un estudio sobre la “dinastía” teatral de los Podestá; de Cosas de Negros y de aquellos Folletos Lenguaraces, estudios sobre el habla regional rioplatense, uno de cuyos ejemplares guarda celosamente la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos de Norteamérica.

Ya entrados los cuarentas, en Buenos Aires, el vanguardista Alfredo Brandán Caraffa, nacido en Córdoba, fundador de la revista Proa junto con Güiraldes y con Rojas Paz, publicaba su libro de poemas Voces del Amor Inmenso (1943). Un año después muere -en Unquillo- Saúl Taborda (2 de junio de 1944), el autor de Investigaciones Pedagógicas, quien había fundado la revista Facundo, con una interrogación amarga en el prólogo: “¿Recogeremos alguna vez la lección del héroe que duerme en el dolmen de Barranca Yaco? Hay un rumor de pasos en el yermo silente”...



De aquella época proceden la versión castellana de Un Golpe de Dados ofrecida por Agustín Oscar Larrauri y la de los Textos Egipcios, tomados del Canto CXXV del Libro de los Muertos, traducido al francés por J. C. Mardrus, a cargo de Marcelo Luis Masola, ambos por Editorial Mediterránea, dirigida por Larrauri.

La versión de Un Golpe de Dados realizada por Agustín Larrauri deviene fundadora, a mi modo de ver, de la traducción de poesía como producción constante en nuestro medio. Siguiendo los principios del Romanticismo, conjuga la tradición retomada en el rescate de textos arcaicos con el desafío a la costumbre imperante. ¿A qué me refiero con “costumbre”? Expondré a seguido cierta conjetura.

Es de suponer que, en los años de gestación y nacimiento del nacionalismo peronista, el inefable poema de Mallarmé haya sonado completamente extraño al discurso social, dado que el centro de la cultura estaba ocupado por programas aplicables a los objetivos de la Nación Argentina, para el conjunto de la sociedad en esa etapa histórica. La poesía, escrita o traducida en el país, no era prioritaria (es más: tampoco lo ha sido nunca en la “agenda” de ninguna sociedad moderna). La poesía sólo fue un género difundido con fines pedagógicos escolares, especialmente en el interior del país. La prioridad del peronismo eran los planes de alfabetización y la formación educativa que permitiera integrar a los trabajadores a la producción industrial.

Así, en medio del nacionalismo cuya propuesta era la busca de la identidad nacional, Larrauri oye la voz lejana del Mallarmé en su etapa de hermetismo (según algunas opiniones críticas) y Masola, la del Libro de los Muertos, proveniente de la antigua cultura egipcia. Pero ¿es que sólo se trataba de unos excéntricos con ganas de diferenciarse del contexto general en su país? Hay un tipo de facilismo sociológico que les enrostraría, a nuestros parroquianos de “L’Aiglon”, padecer de ese prurito de la clase media con respecto a los movimientos que permiten alcanzar un grado de injerencia gubernamental a las clases populares. Sin embargo, me parece que no es el caso. Me parece que el caso es de quienes, sin oponerse a las conquistas populares en lo institucional y en lo económico, deseaban mantener la especificidad de tareas literarias tales como la traducción, la crítica y la investigación bibliográfica. Larrauri, en Mallarmé. Poeta símbolo, de 1954, explicita demostrando la conciencia que tuvo de su situación de singularidad: “Hablar de un poeta, aunque sea de un alto poeta, es en nuestra época un acto que puede parecer una fuga, un escape de la realidad que nos presiona con sus pequeños o angustiosos problemas.” (5)

Claro, el problema es que si se buscan resultados políticos inmediatos el saber de base (o de fondo) resulta inoperante; por ello, entre los oponentes a ese tipo de estudios y prácticas militan siempre los interesados en dividir para reinar. Todo aquello que no produzca réditos instantáneos a la política oportunista le parece improcedente, ya que la efectividad instantánea se consigue por medios propagandísticos y no por procesos literarios o científicos. Por esa razón, la objeción de muchos intelectuales no se dirigía contra los postulados esgrimidos por el peronismo en cuanto a la defensa de la soberanía nacional ni de la independencia económica, sino contra esa miseria cultural de algunas facciones que entendían lo extranjero por excéntrico, lo antiguo por perimido, lo abstracto por ineficaz, reduciendo la cultura popular al folclorismo y el nacionalismo, al chauvinismo. Una contradicción que, con grandes modificaciones, todavía flota sobre la corriente de la historia argentina. Claro que hoy los postulados políticos en el terreno de la cultura son reemplazados por el simple marketing: si vende es bueno, de lo contrario es “marginal”, en su más crudo sentido sociológico.



La distancia con la capital, la inexistencia de medios tecnológicos instantáneos para comunicarse, las políticas oficiales, la influencia del clericalismo en la cultura, cuando no la censura o persecución directa, explican la institución de lugares informales como sitio de reunión de los creadores e intelectuales, tales como la Imprenta Argentina, el café L’Aiglon o la librería Paideia.

En ese opresivo hábitat cultural descrito a grandes rasgos, Larrauri toma la iniciativa en la labor consistente en desplegar la traducción de poesía en forma permanente y amplia. En otros términos, tomó la actitud de un fundador, no reconocido hasta ahora por su posteridad. Su versión de Un Golpe de Dados, de Stéphane Mallarmé, primera versión castellana, data de Octubre de 1943, publicada por Editorial Mediterránea –que dirigía el propio Larrauri-, en la colección La Mano Abierta, nombre que hace alusión al “sin abrir la mano / crispada”, del poema traducido. El ejemplo fecundó en la producción variada y constante del género, que todavía se puede constatar en la oferta editorial de Córdoba a comienzos de nuestro siglo veintiuno.

Otras obras de Larrauri son Mallarmé. Poeta símbolo, publicado por Francisco A Colombo, en Buenos Aires, 1954; Igitur o la Locura de Elbehnon, también de Stéphane Mallarmé, por la misma editorial; y su propio libro de poemas Creación del Mito, editado por Ínsula, en Madrid, 1961.

La actividad promotora de Alfredo Terzaga sucede casi inmediatamente en el tiempo a la de Larrauri, teniendo en cuenta que Terzaga era de los más jóvenes del grupo de L’Aiglon. Desde 1951 y a través de los años sesenta, Alfredo Terzaga dirige la colección “Campana de Fuego” para Editorial Assandri. Allí desarrollan la traducción el propio Terzaga (Iluminaciones, de Rimbaud; Himnos a la Noche – Cantos Espirituales, de Novalis), José Vicente Álvarez (Poemas, de Hölderlin; Poemas, de Stéphan George; Elegías de Duino-Sonetos a Orfeo, de R. M. Rilke), Enrique Caracciolo Trejo (Poemas y Profecías, de W. Blake; Los Poetas Metafísicos Ingleses del Siglo XVII), Carlos Fantini (Alcoholes, de G. Apollinaire.)

Con estas ediciones, se demuestra que la traducción de poesía ya había quedado instalada como actividad permanente dentro de la producción literaria local. Terzaga y Revol, además, publican en la emblemática revista Sur, dirigida por Victoria Ocampo. Vale decir, participan del debate nacional sobre la cultura al más alto nivel literario que por entonces se podía encontrar y, por cierto, señero para la posteridad de la literatura argentina.

Enrique Luis Revol publicará Panorama de la Literatura Norteamericana Actual (Editorial Assandri, Córdoba, 1945), Pensamiento arcaico y poesía moderna (Editorial Assandri, Córdoba), y La tradición imaginaria –de Joyce a Borges (Taller Editor de la Universidad Nacional de Córdoba, 1971). Su tarea de traducción y crítica continuará en editoriales de Buenos Aires y de España.

En 1961, Alfredo Martínez Howard y Maggie Howard de Martínez trasponen Doce Sonetos, de W. Shakespeare, para Alberto Burnichon Editor. Otro nombre (y que se mantiene hasta nuestros días) es el de Blanca Ofelia Castillo, traductora del inglés (Toda la Gente que Nunca Tuve, de Herbert E. Francis, también para Burnichon Editor, 1966.)



Durante la década del setenta, la producción de traducciones de poesía disminuye mucho y a comienzos de los ochenta prácticamente desaparece. Por lo menos, no es editada. El uso que he hecho del verbo no es sin intención: la conjetura de la pérdida, ocultamiento o destrucción de volúmenes inéditos o publicados no sería inadecuada. La represión, durante la dictadura militar instaurada a partir de 1976, podría ser la causante de que la traslación haya sido también una “desaparecida”, siguiendo el destino de 30.000 argentinos en esa etapa. La misma suerte corrieron -bajo la persecución y la censura ejercidas por el Tercer Cuerpo de Ejército de la zona centro del país- las revistas literarias independientes (salvo Laurel, durante una etapa) y las pequeñas editoriales. Un caso testigo es la muerte del editor Alberto Burnichon en el campo de concentración La Perla, la voladura de su casa y, en consecuencia, de su biblioteca. Algunos ejemplares de su sello se han conservado fortuitamente, dispersos en domicilios particulares.

Desde fines de la década del ochenta y a partir de los noventa, nuevos nombres se incorporaron a la actividad, y en ella subsisten: Susana Romano en sus traducciones del alemán y sus estudios de traductología, Silvio Mattoni como traductor del francés y del inglés, María Calviño del inglés, Pablo Anadón y Esteban Nicotra del italiano, entre otros. Actualmente, Ediciones del Copista reúne un grupo de traductores y también lo hizo en años pasados Editorial Alción. Por mi parte, no he profundizado en estos estudios pero pienso que por la celeridad y facilidad de los registros tecnológicos actuales, no será preciso ya realizar estudios arqueológicos que me han llevado a buscar entre blandas hojas amarillentas las palabras que nos precedieron. Hoy tenemos los materiales a la mano.



(1) Diario El Liberal, Santiago del Estero. 7 de Abril de 1967.

(2) Revista Crisis, Año 1, Nº 1. Córdoba. Agosto de 1946.

(3) CAPDEVILA, Arturo. Alma de Córdoba. Biffignandi ediciones. Córdoba, 1965.

(4) ZÁRATE, Armando. Álbum poético de Córdoba. Editorial Comunicarte. Córdoba, 2007. pág. 178.

(5) Larrauri, Agustín Oscar. Mallarmé. Poeta símbolo, publicado Editorial Francisco a. Colombo, Buenos Aires, en 1954, originalmente fue una conferencia leída en “Amigos del Arte”, de Rosario, en Julio de 1953.